ADIÓS HERMANO
Adiós, Javi.
Hoy te has ido de este mundo sin ese último abrazo, sin ese último beso. Y aunque tu muerte me desgarra el alma, la verdad es que empecé a perderte hace años… cuando decidiste entregarte por completo a la Iglesia, cuando elegiste consagrar tu vida a servir a los demás. A esos otros que hoy vienen con lágrimas en los ojos, dándome el pésame, contándome lo mucho que hiciste por ellos… cosas que en algún momento también pedi que hicieras por mí. Pero no estabas. Estabas donde tú sentías que debías estar: con ellos, guiándolos, amándolos, cuidándolos.
Ayer vi a los niños despedirse de ti. Vi cómo te miraban, cómo lloraban tu ausencia… y me dolió reconocer que muchos de ellos disfrutaron de tu presencia más que tus propias sobrinas. No te juzgo. Cada uno elige su camino, y los nuestros cada vez estaban más separados. Yo también te vi feliz. Te vi reír, brillar. Pero también extrañe a ese hermano que estando parecía no estar, con el que solía compartir risas un sábado por la noche, jugando al Pictionary… Años en los que el tiempo, la distancia y la vocación abrieron una grieta imposible de cerrar.
Nos faltaron muchas conversaciones. Nos faltaron abrazos. Nos faltó aprender a hablarnos. Nunca fuimos hermanos de excesivas demostraciones, ni de un gran apego, pues nuestras diferencias eran más grandes que nuestras similitudes, pero a nuestra manera, nos queríamos. Aunque nunca nos lo dijimos.
Hoy te has ido y me duele no haber conseguido que papá y mamá pudieran darte ese último beso, ese adiós con el que cerrar este infierno en el que se ha convertido nuestra realidad. Pero encontré fuerzas donde no quedaban para estar contigo hasta el final. Para verte por última vez. Para acompañarte como tú hubieras hecho conmigo. Fui yo quien ayudó a colocar esa tapa que ahora cubre tu cuerpo, esa losa que ha cerrado tu vida… y que ha abierto nuestra pesadilla.
Llevaré siempre el peso de esta lápida en el alma. Pero sé que a papá y mamá les costará aún más. Nunca olvidaré sus gritos cuando entendieron lo que yo ya sabía. Esa llamada, esas caras… Ese viaje con ellos en el coche, sin saber cómo decirles que su hijo había muerto. Solo los abracé. Solo conduje. Solo quería que ese camino se hiciera eterno y no tuvieran que llegar nunca a esa verdad.
Les llevé a velarte, a enterrarte… y ahora me toca llevarlos de la mano, para que encuentren cómo seguir adelante.
Puedes sentirte orgulloso, Javi. Has hecho felices a muchos. Has tocado vidas. Has dejado luz. Y ellos —papá, mamá, están muy orgullosos de ti. todos— te recordarán con amor. Encontrarán consuelo en cada rincón que compartieron contigo.
Yo siempre respeté tu vocación. Sentí, incluso, la pasión con la que vivías tu fe. Pero esa misma fe, hoy, me duele. Hoy me arde en el pecho. Porque fue esa fe la que te llevó lejos. Y fue esa misma fe la que te arrancó de nuestras vidas demasiado pronto. ¿Cómo puede ser que alguien como tú, que atraía a tantos jóvenes a una Iglesia que se va vaciando, haya sido arrebatado así? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde, el sentido?
Hermano, donde sea que estés, perdóname si alguna vez te dejé solo. Perdóname por no haber estado en esa habitación contigo, por no cogerte la mano, por no darte ese último beso. Estuve contigo como pude mientras te hacían pruebas, sin querer separarme de tu lado. Nunca olvidaré tu rostro en paz… Pero tampoco olvidaré los momentos compartidos, las risas, los juegos, las pequeñas cosas que me hicieron sentir que realmente tenía un hermano.
Adiós, Javi.
Adiós fue lo último que te dije… a través de una videollamada. Te ibas con prisa, y con prisa te fuiste de mi vida.
Ojalá tu fe te haya llevado a ese lugar del que tanto hablaste. Ojalá tengas razón, y estés ahora en algo más grande.
Pero yo, egoístamente, habría preferido que fueras algo más pequeño… y que siguieras aquí, con nosotros.
Lloraremos tu ausencia.
Te echaremos de menos.
Cada día.
Comentarios
Publicar un comentario