Altas capacidades, más allá de los estereotipos
Altas capacidades: más allá de los estereotipos
El 14 de marzo se conmemora el Día de las Altas Capacidades, un término que, para muchos, se reduce al cliché del “superdotado” como un niño prodigio que destaca académicamente y al que todo le resulta fácil. Sin embargo, las altas capacidades no se limitan a una inteligencia sobresaliente; son una forma particular de percibir, procesar y vivir el mundo, con matices que implican retos emocionales, sensoriales y sociales.
Más que ser “muy listo”
El concepto de altas capacidades abarca una serie de características cognitivas y emocionales que van más allá de un elevado cociente intelectual. La creatividad divergente, la capacidad para establecer conexiones inusuales, el pensamiento crítico y la intensidad emocional son solo algunas de sus manifestaciones. Estas cualidades, a menudo celebradas, pueden convertirse en obstáculos en un entorno que no siempre está preparado para comprenderlas ni valorarlas. Desde pequeños, quienes poseen estas capacidades pueden sentirse ajenos a una realidad que les resulta insuficiente o limitada, enfrentándose a malentendidos que se traducen en aislamiento y frustración.
La lucha contra el vacío y la incomprensión
Uno de los mayores desafíos es la sensación de soledad y vacío que acompaña a la constante discrepancia entre el mundo interno y el entorno. La mente de una persona con altas capacidades opera a un ritmo acelerado, anticipando soluciones o problemas antes de que otros siquiera los perciban. Este desfase genera una brecha comunicativa: mientras unos se aferran a la cotidianidad, el otro se ve atrapado en un torrente de ideas y emociones que a menudo se sienten incomprendidas o, peor aún, ignoradas. La lucha no solo es interna, sino también externa, ya que explicar que la intensidad de las emociones y la rapidez del pensamiento son inherentes a su forma de ser puede ser una tarea titánica.
Dificultades sensoriales: el desafío de lo perceptible
Además de los retos emocionales y cognitivos, muchos con altas capacidades experimentamos una marcada hipersensibilidad sensorial. La intensidad en la percepción se manifiesta en reacciones a texturas, olores, luces y sonidos que para la mayoría pasan desapercibidos. Esta sobreestimulación sensorial puede generar malestares físicos y emocionales: un entorno con luces brillantes o ruidos constantes puede desencadenar estados de ansiedad, fatiga o irritabilidad. La sensibilidad sensorial añade una capa extra de complejidad al día a día, obligando a quienes la padecen a buscar entornos que minimicen estos estímulos o a desarrollar estrategias personales para gestionarlos.
Fracaso escolar y falta de reconocimiento
Paradójicamente, las altas capacidades no aseguran el éxito académico. El sistema educativo, diseñado para la mayoría, suele ignorar las necesidades de quienes aprenden a un ritmo y con un estilo distinto. La falta de estímulo, la monotonía de un currículo poco adaptado y la ausencia de desafíos significativos pueden desembocar en fracaso escolar o, al menos, en una desmotivación profunda. El estigma del “ni tan listo” se cierne sobre aquellos que, a pesar de tener ideas revolucionarias, se ven etiquetados como problemáticos o incomprendidos, perpetuando así un ciclo de falta de valoración y autoexigencia desmedida.
El papel transformador del deporte
Frente a estos desafíos, el deporte se erige como una herramienta fundamental para gestionar la intensidad emocional y sensorial del día a día. La actividad física no solo promueve el bienestar corporal, sino que también actúa como un canal para liberar tensiones y reconectar con el entorno. Practicar deportes puede ayudar a regular el sistema nervioso, facilitando el control de la sobreestimulación y mejorando la concentración. Además, la práctica deportiva fomenta el trabajo en equipo y la socialización, ofreciendo espacios seguros donde la persona con altas capacidades puede desarrollar habilidades interpersonales, disminuir el aislamiento y fortalecer su autoestima. Así, el deporte se convierte en un aliado esencial para transformar la intensidad interna en energía positiva y resiliencia.
Frustración y el deseo de cambiar el mundo
La visión acelerada y detallada del entorno genera, inevitablemente, una frustración ante el conformismo y la repetición. Quienes poseen altas capacidades no solo identifican problemas, sino que sienten una urgencia por proponer soluciones innovadoras. Esta discrepancia entre la realidad y su ideal de transformación puede resultar en una constante lucha interna: la necesidad de ser escuchados y valorados se enfrenta a una sociedad que a menudo premia la uniformidad. El reto, entonces, es encontrar un equilibrio entre el anhelo de cambio y la aceptación de las limitaciones del entorno, transformando la frustración en un motor para la innovación y la búsqueda de espacios donde la diferencia sea celebrada.
El camino del emprendimiento y la autenticidad
Ante la inercia de un sistema que raramente entiende las particularidades del pensamiento divergente, muchos optan por emprender. Crear proyectos propios y buscar entornos que valoren la originalidad no es solo una forma de subsanar la falta de estímulos, sino también una manifestación de la necesidad de ser fieles a uno mismo. Emprender implica la valentía de desafiar lo establecido, de apostar por una visión alternativa y de luchar por principios y valores que trascienden lo convencional. Es un camino lleno de obstáculos, pero también de oportunidades para transformar la diferencia en una ventaja competitiva y personal.
Conclusión: celebrar la diversidad cognitiva y sensorial
Las altas capacidades representan una forma singular de habitar el mundo, con desafíos que van desde la complejidad emocional hasta la sobreestimulación sensorial. No son un privilegio absoluto ni una condena, sino un conjunto de características que, bien gestionadas, pueden enriquecer tanto al individuo como a la sociedad. La clave reside en aprender a convivir con la diferencia, en buscar estrategias —como el deporte— que permitan canalizar la intensidad y en crear entornos educativos y sociales que reconozcan la diversidad cognitiva y sensorial. Este 14 de marzo, celebremos no solo la inteligencia, sino la riqueza de una mente que, a pesar de sus retos, tiene el poder de transformar el mundo.
Fran Prieto
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